Mirando al cielo, la encontré, como buscando en él, respuestas. Le dije buenos días, ¿Cómo está? Pero no volteó, ni respondió. Sería que la incomodé. Cuando me iba, ella suavemente me tomó de la mano, señaló el horizonte y comprendí, lo que la tenía perpleja; era un lindo atardecer. No hice más preguntas, ni comentarios la acompañé a apreciar el espectáculo por un momento y ahí nos quedamos por largo tiempo. De quién les hablo, es Tata, mi abuela, hoy después de 20 años de mi vida, la conocí, pues mi madre nunca me habló de ella. Me pareció muy callada y melancólica.
Justo cuando empezaba a salir la luna, me sirvió un plato de pasta, sin mediar palabra tocó mi cabeza dulcemente y luego se fue a dormir. Desperté en medio del tranquilo aire que se colaba por las ventanas. Ella estaba ahí levantada con el desayuno listo. Le dije buenos días abuela. Ella sonrió y yo también. Le dije qué vamos a hacer ahora, señaló la puerta y miré que las gallinas se acercaban. La abuela hacía un ruido raro y las gallinas parecían entenderle.
Ya en la tarde, me mostró el álbum de fotos, mi madre estaba en todas las páginas, mi abuela sonreía cada vez que la veía, luego me miraba y acariciaba mi rostro. Le dije abuela por qué nunca te conocí. Ella cerró el álbum y me llevó de su mano a un cuarto. Era el cuarto de mamá, supongo, porque había fotos de ella en una pequeña mesa. Se sentó en la cama y empezó a llorar, le dije: abuela no llores, qué te sucede, pero una vez más guardó silencio, me entregó un diario rojo con el nombre de mi madre y se retiró de la habitación.
Yo me quedé ahí buscando en cada página alguna señal, una respuesta o tal vez la razón de su proceder. Mi madre había escrito
– Hoy 10 de mayo de 1996, mi madre me dejó de hablar, no conozco el motivo y me desconcierta.
Seguía hablando del tema en algunas páginas más. En las últimas páginas mencionaba:
– Ya no sé qué hacer, mi madre no volvió a hablarle a nadie.
Después de ese día, fue creciendo mi curiosidad por saber, por qué mi abuela no hablaba, pero dejé los secretos de mi madre guardados en aquel diario, preferí no seguir leyendo.
Yo ya completaba tres meses con Tata y me alegraba verla y acompañarla de la mano a los lugares que ella me guiaba. Aprendí a apreciar lo que ella miraba y a querer lo que ella hacía. Siempre me tomaba de la mano, me llevaba por los rincones de la casa, señalando sentimientos y recuerdos, mirábamos el firmamento hasta que cantaban lo grillos. Yo preguntaba y ella me respondía con su presencia.
Hoy sentada en el césped pensé que la gente quiere hablar y ser escuchada, reclama atención y se olvida de las pequeñas cosas, de las importantes: un abrazo, mirar el atardecer, sentarse junto a la persona que amas, sin decir nada, solo sentir. Luego me fui a buscar a la abuela y le dije:
– Abuela, gracias por las palabras que he ido armando al leerte, cuando ríes, cuando abrazas. Contigo he tenido las conversaciones más profundas.
Me respondió con un abrazo y una lágrima en su rostro. Mamá llegará dentro de un mes así que juntas podremos hablar de esos días en que la abuela me habló con el alma y me dejó sin palabras.
–Liliana Ordoñez Cerón, 30 agosto de 1982 Popayán- Cauca –Colombia
Licenciada en educación básica con énfasis el lengua castellana e inglés y Mg. en educación popular egresada de la universidad del Cauca. Tejedora, artesana y madre de dos hermosos hijos.