Desaparecida

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Se busca chica caucásica de doce años cabello largo negro, ojos negros, complexión delgada, vestía blusa amarilla de pokemón, pantalones de mezclilla y tenis blancos cuando Salió. Se le vio por última vez caminando por la calle arco del triunfo.

Yo supe que era un ser con poderes sobrenaturales cuando tenía ocho y podía ver a los fantasmas caminar en las calles, ellos iban como si nada, buscando caminar, sin llegar a ningún lado sobre la acera que pasa frente a la escuela a la que iba. En ese momento me quedaba mirando atónita minutos enteros su transitar y mi mamá me despertaba de mi transe para meterme a la escuela, para llevarme a la casa, para comenzar a caminar a nuestro destino. Les temía, en ese momento era horrible mirar esos bultos con ojos grises caminar lento como grandes paquidermos buscando agua, lentos imposibles, espectrales, majestuosos, indoloros, miraban hacia el frente sin notar nada a su paso y desaparecían en la nada. Había días que miraba por la ventana y podía ver las manadas de dromedarios espectrales, señores y señoras encorvados que caminaban lento buscando algo, poco a poco dirigiéndose a ninguna parte. Había temporadas en los que eran demasiados y no podía salir a la calle a jugar por mirarlos pasar entre la gente y los niños como si fueran agua negra, fluyendo por los rincones sin sentir, sin que pudiéramos sentirlos tampoco, entonces me quedaba mirándolos fluir, fluir infinitamente, tarde, noche, a la hora que sea estaban siempre en todas partes. Había otras temporadas en las que no había muchos, uno que otro, como aves perdidas en el mar de concreto y me dedicaba a seguirlos unas cuadras para saber, para sentir qué eran.

La primera vez que seguí a uno más de seis horas en los alrededores del parque hundido, mi madre me dio una cachetada al encontrarme parada mirando cómo el espíritu se lanzaba en caída libre a la barranca del parque y parecía volar, como un cuervo en picada buscando tierra, luego salía caminando pesadamente de entre los matorrales y seguía caminando por las piedras, por el pasto, subiendo como si tuviera ventosas en los pies que le sostuvieran. Y yo no podía dejar de mirarlo, era increíble como pesadamente se trasladaba y seguía, seguía sin fin hacía ningún lugar, ahí donde otros también se habían arrojado por la orilla de la barranca y seguían caminando como si nada, fluyendo por el mundo como el aire mismo. Esa noche, mamá lloró abrazándome, lloró mucho y los entes pasaban de vez en cuando por al lado de la cama para atravesar la pared y arrojarse al vacío desde nuestro quinto piso y seguir caminado por la calle de abajo en su búsqueda. Yo sabía que era especial, pero no podía decirle aún a mamá, al fin tenía la paz del sueño y la tranquilidad tibia de mi cuerpo, así que decidí esperar, esperé mucho, tanto, que pasaron tres años enteros, incluso dejé de seguirlos, de mirarlos por horas.

¿Yo tenía que hacer algo con ellos? Comencé a soñar con ellos cuando los ignoraba por días. Intenté tocar uno, me miró vacío, pero con agrado, aquello me asustó ¿Si sentían? Tomé distancia ¿Qué tenía que hacer con todo eso? Mirarlos no era algo que supiera hacer cualquiera, pregunté a Cristina mi amiga, pero no contestó nada, ni la maestra supo decirme dónde conseguir un libro para saber qué hacer, porque yo había nacido con un trabajo, el trabajo con ellos, pero ¿Cuál era el trabajo? Mi mamá tuvo que saber lo de los caminantes grises. Entonces Claudia apareció. Ella me preguntaba todo sobre los caminantes grises, cómo eran, qué hacía, cuáles eran sus características y supe que mi trabajo era documentarla para que hiciera un manual sobre caminantes, así otros los entenderían sin miedo. Así que comencé a mirarlos mucho más que antes, a dibujarlos, a grabarme sus peculiaridades, sobre todo, para poder informar al detalle. Es muy triste el que existan personas a las que les fascina un tema, pero no puedan saber directamente de él porque no tienen el poder, como Claudia, que ama a los caminantes, quiere decirle al mundo sobre ellos, pero no tiene el don de mirar, como yo.  Entonces es obvio para mí, tener que hacer las observaciones minuciosas para concretar aquella gran obra y que pueda Claudia explicarle bien al mundo quienes son los caminantes y dónde encontrarlos, qué hacen, qué son. Así, más niños podrán mirar a los caminantes, mirar la enciclopedia y entender a cada uno de sus caminantes sin temerles.

La tarea era cansada, pero deliciosa, tenía la fortuna de que mi madre dejara que mirara a mis anchas el mundo, para así detectar a cada caminante en los rincones que visitamos. Un día en casa de tía Licha vi un caminante hacer círculos en el patio donde estaba la piñata, me senté en el marco de la puerta y miré cómo ese paquidermo delgado azotaba con una de sus manos las paredes sin poder salir de ese encierro, caminaba en círculos sintiendo el espacio y abriendo hacia el cielo los ojos grises, unos ojos enormes que parecían canicas. Intenté mostrarle el camino hacia el marco de la puerta, pero no supo seguirme, intente seguir su camino para saber por qué no podía atravesar las paredes como otros caminantes, pero no encontré nada, después le arrojé pedazos de pan para hacerle un camino que pudiera indicarle la salida, pero tampoco funcionó, tome agua e intente ahuyentarlo para que trepara con las ventosas de sus pies algún muro, pero nada, entonces mamá me dio una bofetada por aquel desorden y luego un gran vaso de jugo de frutas color transparente, me dormí dos días, desperté en una cama del hospital de la señorita Claudia.

Entonces mamá lloraba mucho, muchas veces abrazadas en la cama, luego en el día me dejaba ver los caminantes tanto como quisiera para continuar mis observaciones, porque en la escuela no podía seguir con eso, la maestra me mandaba a la dirección cuando dibujaba, así dejé de ver a Cristina, a Lupita, a Mariana, dejamos de jugar a las muñecas y a la pelota en el parque de enfrente. Después de dormir algunas noches en la cama que me preparó la señorita Claudia, decidió que era momento de terminar la observación, me daría pastillas mágicas que me dejarían hacer dejar de ver a mis caminantes, porque sería mejor ver a mis amigas, jugar con Cristina, ver a la maestra. Y decidí dejar de tener poderes, solo funcionan si quieres dejar de tenerlos, me dijo, tendrían que esperar mis poderes a cuando fuera adulta o eso pensaba yo. Pasaron los días, los caminantes no estaban, todo estaba vacío, las calles estaban atestadas de gente normal con sonrisas o enojados, los días eran rápidos, las noches pasaban acurrucadas en los brazos de mi mamá que me besaba quedito cuando le contaba de la tarea en la escuela. Yo tenía ahora otras amigas, Meche era la que venía a jugar a casa de tía Licha donde iba a descansar en las tardes.

Entonces lo vi, aquella tarde, caía la noche y los últimos rayos del sol naranja coloreaban de purpura las nubes sobre nuestro de apartamento. Yo estaba tendiendo la ropa, mi mamá trabajando, recuerdo que usaba mi blusa favorita de pokemón y un caminante salió detrás de los tanques de gas y observó mi playera extendiendo el cuello como un metro mientras lo serpenteaba para mirar los ángulos de mí con sus canicas grises pegadas al rostro. El caminante era inusual, largo, con ondulaciones acuosas en los brazos y piernas, volteo al cielo como siguiendo un sonido y comenzó a caminar a la orilla de la ventana.  Entonces lo supe, solo lo supe, sin pensarlo antes, como algo que recuerdas de pronto, entendí al mirarlo arrojarse al vació de ese quinto piso, tenía que seguirlo, mi misión era seguir a los caminantes, porque yo era un caminante, pero estaba disfrazada de humana. Corrí hacía las escaleras, me puse mis tenis de la escuela y corrí a toda velocidad hacia el horizonte, persiguiendo al caminante acuoso, serpenteante, entonces más y más caminantes llegaron a mis costados, caminantes piedra, caminantes dromedarios, caminantes liana, caminantes lobo, caminantes paquidermos, todos hacía un mismo camino, los caminantes si tenían camino, buscaban la eternidad y ahora, yo con ellos, la encontraría, por eso yo podía verlos.

Norma Patricia González Castellanos. Nacida el 12 de noviembre de 1990 en Zapopan, Jalisco. Estudia letras hispánicas en la universidad de Guadalajara, se dedica a escribir poesía en su blog fosforo azulverde, ha sido publicada en la revista Rigor Mortis y en el Fanzine Signos recientemente.

One Comment:

  1. Qué historia tan bella!
    Ojalá que este fuera un camino real para poder trascender a otro plano.
    Muchas felicidades!!!

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