Ella se llamaba Marta, como decía una vieja canción, era un poco más alta que la mayoría de las mujeres, delgada, morena, de cabello negro ondulado y con unos ojos negros que parecían llenos del sol tropical que había tenido que dejar atrás.
Estaba estudiando derecho y vivía en el edificio Villa Flora de la colonia R. en la Ciudad de México. Había llegado a la ciudad con muchas ilusiones en la cabeza. No obstante, la realidad la golpeó muy duro cuando se dio cuenta que estaba sola tratando de cumplir su sueño.
Su familia no tenía muchos recursos a su disposición, así que ella comenzó a trabajar como recepcionista para pagarse la carrera, la renta y la comida.
Marta rara vez salía de fiesta, pero en esa ocasión sus amigas habían insistido mucho en que salieran de la rutina así que accedió.
La fiesta no era nada extraordinario. Las mismas luces, los mismos tragos mal preparados, los mismos bandidos.
Marta le daba el último trago a su vaso de refresco cuando llegó un nuevo grupo de chicos a la fiesta. Esto no habría sido nada extraordinario si entre ese grupo no hubiera estado él.
Era un chico que, a pesar de ser bien parecido, irradiaba un aire extraño. Marta sintió que se debía a sus ojos. A simple vista parecían bonitos con aquel cálido color ambarino tal peculiar; sin embargo, una vez que se observaban de cerca parecía la mirada afilada de un ave de caza que busca con ahínco a su presa.
No pasó mucho tiempo hasta que Marta y el desconocido cruzaron miradas. Ella retiró los ojos rápidamente rogando por no haber captado la atención de aquel chico, pero él se acercó lentamente hasta donde el sofá gris donde ella se encontraba sentada.
Después de unos minutos de estar parado cerca de aquel sofá, el muchacho de ojos ambarinos decidió sentarse junto a Marta.
De forma espontánea, él comenzó a platicar con ella como si nada, una charla sencilla a la que Marta apenas contestaba con un par de monosílabos o frases ya hechas que conocía desde hacía un tiempo.
Él le platicó que se llamaba Carlos, que estaba estudiando en una universidad bastante prestigiosa, que era bastante bueno en cada cosa que hacía sin importar la dificultad de la actividad.
Aquello no acababa de gustarle a Marta, ella no estaba acostumbrada a que los extraños se acercaran con ese tipo de confianza y este muchacho estaba traspasando aquel delgado punto que ella había establecido como su zona de seguridad mientras él le contaba todo esto con sus ojos puestos encima de ella.
Él parecía acostumbrado a producir asombro en su audiencia, pero ella comenzaba a sentirse acorralada por esta situación. Estaba sintiéndose mareada.
El chico extraño insistía para que comenzaran a bailar ya que las parejas en la pista parecían bastante animadas aquella noche. Marta, fingiendo tener una torpeza insuperable para el baile, le comentó que lo mejor era que se consiguiera otra pareja ya que ella se encontraba incapacitada para bailar.
Marta creyó que aquello sería suficiente para que aquel chico se aburriera de ella y terminara por irse; no obstante, ella no tenía de lo terriblemente insistente que él podía llegar a ser cuando una idea se le metía en la cabeza.
En determinado momento, Carlos le pidió su número y, a pesar del recelo que sentía acerca de él, Marta se lo dio como si nada. Al ver aquellos ojos ambarinos se quedó hipnotizada, como si le produjera un lapsus brutus con efecto retardado.
Quizás él hubiera podido decirle algo más; sin embargo, en ese preciso instante aparecieron las amigas de Marta dispuestas a llevarla a casa luego de una noche de fiesta.
Carlos se despidió de Marta con un leve movimiento de su mano mientras las amigas de ella no paraban de bromear sobre su exitoso ligue. Siendo sincera, aquello tenía a Marta preocupada, ¡ella jamás hacía cosas como darle su número a un desconocido!
“¿Qué fue lo que me pasó?”, pensó ella cuando se hallaba en su habitación descansando de aquella larga noche.
Ella creyó que no había posibilidad de que aquel chico extraño la llamara, seguramente su apariencia le permitía tener a muchas a su disposición, lo más probable es que ni siquiera se acordara de ella, o eso era lo que Marta quería creer.
A pesar de su espeluznante presencia, él era un chico apuesto. Probablemente tenía a muchas chicas a su alrededor.
Marta estaba cocinando el almuerzo de aquel día cuando un número desconocido apareció en la pequeña pantalla de su celular. Contestó pensando que sería el ejecutivo de ventas de la compañía telefónica o algo similar. Era él.
Ella estaba bastante confundida cuando le contestó, él sonaba muy animado mientras le contaba que acababa de salir de sus clases privadas de alemán y que le gustaría verla aquella tarde si era posible.
Marta no tenía clases aquel día y recién acababa de salir del trabajo. La intuición le murmuraba que no debería acercarse a aquel muchacho, que algo podía salir mal, pero pronto descartó esos pensamientos. Él era rico y bastante bien parecido, no lucía como una persona capaz de lastimar a nadie, además le dijo que quería ayudarla con si situación. Ella pensó que no tenía nada que perder con intentarlo.
Ellos se reunieron en una estación del metro, él corrió hasta ella, la abrazó tiernamente, como si la conociera de toda la vida y llevara un buen tiempo sin ver a una querida amiga.
Marta se puso un poco tiesa, jamás hubiera esperado que Carlos le diera la bienvenida de forma semejante. En general, la gente como él prefería ignorar a chicas como ella, personas que no tenían dinero o estatus.
Él la llevó al cine, a tomar un helado a una cafetería y a caminar por el parque mientras se tomaban de las manos.
No parecía haber nada fuera de lo normal con aquel encuentro, incluso podría decirse que había sido una experiencia agradable.
Sin embargo, algo no acababa de encajar y eso ponía nerviosa a Marta. Como siempre, ella descartó inmediatamente aquel sentimiento de mala espina que experimentaba cada vez que se encontraba cerca de Carlos.
Él sólo parecía querer ayudarla a que su situación financiera fuera un poco más estable y pudiera continuar sus estudios sin necesidad de pasar tantas horas en la calle.
Cuando dieron las diez de la noche, Carlos la acompañó de vuelta al metro mientras le prometía llamarla la semana entrante. Marta se subió tranquilamente.
Una semana después, en pleno periodo de exámenes finales, el celular de Marta volvió a sonar inesperadamente. Era él.
Ella contestó menos sorprendida. Carlos la saludó como de costumbre, le dijo que era importante que aquella noche fuera a su casa para discutir los detalles del puesto que quería ofrecerle.
Marta asistió acudió al lugar y hora establecidos esperando a que él llegara. Cuando Carlos apareció, ellos volvieron a abrazarse. En esta ocasión Marta ya no se sintió tan incomoda con aquel gesto.
Ella lo siguió hasta su apartamento, el cual era mucho más espacioso y bonito que el lugar en que ella vivía desde su mudanza a la capital.
La sala estaba repleta de medallas y reconocimientos, aquello volvió a poner nerviosa a Marta. Desde la primera vez que hablaron, Marta notó que aquel chico tenía una fuerte inclinación a celebrar sus propios logros, pero aquello era simplemente demasiado para procesar.
Y cuando él le comentó que estaba por irse a vivir a Europa para hacer un posgrado importante, Marta se rió, le dio un fuerte ataque de risa nerviosa que no pudo contener debido al gran ego de Carlos.
Por una fatal coincidencia del destino, la risa de Marta fue mucho más de lo que el muchacho estuvo dispuesto a aceptar. Se enfureció al oír esa risa ante todo lo que él había logrado. Se abalanzó sobre ella.
-Creí que eras una chica sensible y dulce, pero al final simplemente resultaste ser una naca inculta.-le dijo mientras la tenía agarrada férreamente del cuello.
Carlos tiró a Marta contra el piso y abusó de ella. Posteriormente, él diría que aquella noche hicieron el amor mientras se hacían íntimas confesiones; la realidad es que ese día él destruyó a aquella muchacha en todas las formas posibles, desgarró sus sueños al mismo tiempo que le desgarró la carne. Al final de esa tortura, él presionó de más, hundió sus manos en aquel pequeño cuello como si quisiera atravesar la piel y los huesos.
Cuando finalmente estuvo satisfecho, la vida de Marta se había extinguido por completo. La chica que anhelaba ser abogada y ayudar a su familia sencillamente había dejado de existir. Carlos se fue a dormir sin arrepentirse de nada de lo que había hecho la noche anterior, dejando el cuerpo de Marta en su sala.
Al despertarse, Carlos se preguntó cómo podría deshacerse del cuerpo de Marta sin levantar sospechas. Decidió cortar el cuerpo en pedazos y sacarlo en bolsas de basura. En dos días, logró esparcir las bolsas en puntos estratégicos de la ciudad.
La madre de Marta estaba preocupada, hacía varios días que su hija no se comunicaba con ella. Llegaron las vacaciones y Marta no regresaba a casa.
Después de unas semanas, le llamaron para informarle que su hija por fin había aparecido… descuartizada. No podía ser posible, no era cierto, pero era una realidad.
Marta estaba muerta, y los medios no se conmovieron con la desaparición de aquella humilde muchacha, su asesino seguía libre. El gran público pronto olvidó a Marta, pero su madre y todas aquellas que conocemos su historia nunca la podremos olvidar. Hasta el final, fue una superviviente.
–Karla Hernández Jiménez, nacida en Veracruz, México. Próxima licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en páginas especializadas como Íkaro, Casa Rosa, Monolito, Melancolía desenchufada, Teresa Magazin, Penumbría y Página Salmón, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa.