Tenía tan solo cinco años cuando tuve mi primer encuentro sexual, sí, él, me enseñaba su miembro, yo no sabía qué era, pero sabía que era algo malo, que no estaba correcto y corrí cuando él me dijo que se lo tocara.
Cada que lo veía le tenía miedo, mi mamá nunca vio el miedo en mis ojos grandes, llenos de espanto, ni se percató de la soledad que sentía, porque ella lo abrazaba a él, mientras yo dormía sola en ese mueble viejo, húmedo y apestoso.
Mis días felices eran en la escuelita, donde podía colorear un sol amarillo, radiante, donde coloreaba flores de lavanda en color morado, que en ese entonces era mi favorito, aunque mis días los sentía grises y otras veces negros, como aquella noche en que él llegó borracho, hasta las chanclas, diría mi madre y vi como ella, Catalina, le reclamaba un chupetón que en el cuello traía, y él se abalanzaba a Catalina a golpes, ella gritaba y yo, en un rincón donde los miedos me comían.
Ninguno preguntó si yo tenía miedo, simplemente ambos se olvidaban de mi existencia, mientras que como animales se mordían, se golpeaban y yo, con mis brazos me frotaba, como acariciando el miedo para que no despertara mi terror.
De pronto de la nada, se dejaban de oír ruidos, maldiciones y por fin me quedaba dormida, al otro día a la escuelita, mis mañanas favoritas y entonces mis flores las pintaba de negro, como mi día anterior, pero mientras la maestra cantaba y bailaba, yo seguía pintando en gris mi sol, mis días y mis flores, tampoco ella percibía mi tristeza.
Tenía tantos miedos juntos, él me daba ese desasosiego que me atormentaba, ella no me daba el amor y la seguridad que mi alma y mi cuerpecito necesitaba, en la noches, esas en que no había más que respiraciones intensas, fuertes, me quedaba oyéndolos respirar, cómo podían tener tanta paz, mientras mis emociones como locas estaban, quería dormir, pero mis ojos grandes, no lograban cerrarse.
Catalina, no se daba cuenta que no dormía, que tenía miedos y ella no me los espantaba; quería que viera mis dibujos de un sol gris, de flores de pétalos negros, pero no los divisaba; soñaba en que Catalina me peinara, me untara esas cremas que olían a coco que mis amiguitas usaban, pero no, Catalina era joven, hermosa de grandes ojos verdes que se miraba con embeleso en su espejo, mientras que yo con mis deditos me peinaba.
No sabía qué pensar, mi refugio eran los libros rotos de cuentos que me robaba de la escuelita, ahí se perdían mis grandes ojos negros, mirando los dibujos, imaginando un mundo de colores, donde yo era un personaje más y del que no hubiese querido salir jamás.
Pero los ruidos, los gritos, mi mundo gris, me despertaban de mi ensoñación y llegaba esa realidad en la que nadie quería verme, mal vestida, con zapatos rotos, con la panza vacía, porque mi madre esperaba con sopita caliente a su hombre, ese que amaba tanto, ese que la golpeaba porque ella reclamaba ese color morado en el cuello.
Tantas ganas de un abrazo, de un beso, de esa crema con olor a coco en mi cara, eso me hubiera hecho feliz, no importa si no sobraba sopita caliente para mí.
Yo era su estorbo, cuando les era posible con mi abuela Rafaela me llevaban, ella era mi refugio, pero nunca pudo ver que en mis ojos grandes había miedo, pero sí me llenaba de besos y me daba limón con azúcar y eso me hacía muy feliz. No sabía cómo expresarle mis miedos, tenía tan solos 5 añitos, cómo le decía que quería a papá de vuelta, que su hija Catalina pasaba horas mirándose sus ojos verdes pensando en su hombre que me lastimaba con la mirada, que me incomodaba se vistiera frente a mí, que no quería bañarme nunca por no verme desnuda y desamparada, cómo podía decirle eso a la abuela Rafaela, ella, tan buena y nunca miró mis ojos grandes tan llenos de miedo.
Y un día, un día en que Catalina no estaba, llegó él y yo en casa, con mi bata de kinder aun, quiso tocarme, quiso que le tocara su miembro que me daba miedo, me daba asco y que por culpa de él, vi a los hombres con asco, pensando que todos podrían lastimarme.
Catalina no llegaba, el miedo me invadía, cómo mamá podía amarlo tanto, cómo podía quererlo así, si en sus ojos se le miraba el mal, en su cuerpo la bestia que era, pero Catalina, pobre Catalina, el amor a su hombre la cegaba…
Justo cuando él iba a tocarme, Catalina llegó y seguramente a ella tocó, porque se encerraron en el cuarto mientras esperaba en la mesa sopita caliente…
Giovana Álvarez Cuéllar. Nací un 19 de octubre de 1979 en el hermoso estado de Hidalgo, mis padres son Pascual Álvarez Arista (finado) y mi madre María del Carmen Cuéllar Morales, ambos del estado de Hidalgo.
Soy Lic. en Educación, especializada en la asignatura de español, tengo dos maestrías, una en educación y otra en literatura, soy una apasionada de la lectura. Soy docente desde hace aproximadamente veinte años en educación media superior. Felizmente casada y con tres hijos varones maravillosos. No puedo ahogar mis penas en licor y bendigo exista la oportunidad de convertir mis emociones en arte y que otros se puedan identificar con mis textos y puedan sentir que al leer interactúan con el autor siendo empáticos a través de mis cuentos y poesía.