Vivir para contarlo

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Hay momentos en los que no hay certeza de nada, donde la incertidumbre puede ser eterna, momentos en los que la vida habla. Cerrar los ojos podría ser proyectar, recordar instantes gloriosos. Llorar podría ser un primer reflejo de vida, pero también podría ser el último. Gritar podría demostrar ira, pero también podría demostrar miedo. Correr podría ser el primer instinto de huir, pero también podría ser una acción de diversión. Ver pasar la vida en un minuto podría ser satisfactorio para el que muere, pero podría ser mortificante para quien quiere vivir. 

19 de febrero de 1998, el reloj de la cocina estaba por marcar las 7:00 AM, Lucero Riaño Acevedo estaba dándole el último toque a su vestimenta, puso en su cuello un collar que tenía inscrito su nombre, salió de la habitación y se despidió de su esposo, al salir de su apartamento ya el reloj marcaba las 7, justo a tiempo.

Bajó las escaleras y abrió la puerta. Dos jóvenes estaban esperándola y sin más tardanza, como si tuvieran que hacer su trabajo puntual, la empujaron y la tiraron al piso. Su espalda cayó en las escaleras, le arrancaron su cadena y empezaron a atacarla, ella podía ver que eran cuchillos pequeños con mucho filo, no sentía nada, solo podía ver la sangre que salía de su cuerpo. Los jóvenes huyeron. Como pudo gritó, llamó a su esposo con los alientos que le quedaban hasta que él finalmente llegó a auxiliarla, uno de los vecinos les facilitó una toalla con la que pudieron parar el sangrado de algunas de las heridas.

Lucero no sentía nada, ella se paró y junto a su esposo llamaron un taxi, debían llevarla al Seguro Social en la ciudad de Pereira, pero el taxista, en su afán de que no le mancharan los cojines la llevó al centro de salud más cercano, el hospital Santa Mónica del municipio de Dosquebradas. Al bajar del carro, ella caminó hacia la puerta y le preguntó al portero dónde podía encontrar las urgencias, él nada más la miró y la dejó seguir.

Lucero seguía consciente, caminaba por los pasillos del hospital hasta que un doctor la atendió. Llegaron varias enfermeras y le hicieron quitar la ropa para empezar a suturar, luego de un rato el doctor jocosamente le dijo “usted le ganó a la vida por puntos, fueron 28”. 28 puntos distribuidos en 10 heridas que le afectaron el brazo derecho, el pecho y el abdomen.

La llevaron a rayos X en una silla de ruedas, debían comprobar que las heridas no hubiesen  comprometido ningún órgano, al pararse de la silla perdió el conocimiento.

Al volver en sí, ya se encontraba en una cama, ya le estaba pasando el shock y empezó a sentirse muy débil, adolorida, había perdido mucha sangre, en la habitación había un rostro conocido, era su esposo Fernando. Lucero no quería que nadie se enterara, prefería dejar a su familia por fuera de la situación, ellos no necesitaban más dolor, su madre, se encontraba enferma de gravedad y no quería preocuparlos. Ya era demasiado tarde para eso, toda su familia estaba afuera del hospital. Lucero perdió de nuevo el conocimiento.

La trasladaron al Seguro Social para una mejor atención, no sabían si era necesario realizarle una cirugía. Era el mismo hospital donde estaba internada su madre, estaba llena de emociones y aún no podía asimilar lo que le había pasado, debido a la posible cirugía no le podían dar calmantes, aunque no solo era dolor físico, sentía que todo su mundo se iba al suelo, solo pensaba en su nieta que apenas llevaba 14 días en el mundo, ella fue su más grande motivación.

Mucho se pudo especular de las razones del asalto, la verdad era que no tenía una explicación, algunos de sus familiares argumentaban que los asaltantes querían robarle sus joyas, otros que querían hurtar el apartamento y algunos de sus colegas docentes decían que podrían haber sido alumnos resentidos.

Estando inconsciente escuchó muchas cosas, en muchas ocasiones se sintió muy confusa, escuchaba a varias personas hablar al mismo tiempo, sin ver lo que pasaba sentía el caos. “El entierro es mañana, porque falta Gustavo Adolfo”. Gustavo Adolfo, el nombre le retumbó en la cabeza, la llevó al pasado y recordó a un par de gemelos de apellido Tellez a los que les enseñó a leer. Aun así no entendía nada.

Al despertar seguía con la incertidumbre de saber qué había pasado con su alumno, así que preguntó a una de las enfermeras y la muchacha muy tranquila le respondió “mataron a la hija del Doctor Tellez y el entierro es mañana”. El shock fue más grande para ella, no era solo a los gemelos Tellez a quienes conocía, sino también a su hermana, Victoria Eugenia y al resto de su familia.

Acumulaba sentimientos sin saber qué hacer o qué pensar, ya estaba demasiado afectada como para escuchar semejante noticia, sin embargo siempre se ha preocupado por la gente que le importa. Le recomendaron estar al margen de esa situación por su estado de salud pero era inevitable, no podía creer que Victoria Eugenia había perdido la vida el día en que ella casi también lo hace. La joven odontóloga murió a manos de su novio, el hijo del mejor amigo de su padre, también médico.

Un concejal amigo al verla en el hospital le dijo “profesora, oiga lo que dicen las noticias, que a usted la mataron por robarle unas baratijas”. Lucero había tenido su momento de fama de la peor manera, salió en el periódico pero la daban por muerta. Más fue su sorpresa al enterarse que llamaban al hospital para preguntar por su velación.

En medio de la tristeza, el impacto y el dolor, Lucero se sentía en una burbuja con mucha presión a sus lados, a punto de estallar. Seguía pensando en quién y por qué le hicieron tanto daño, pasó de ser una persona sin temores, alegre a ser una mujer insegura, temerosa, aunque se siente muy afortunada por estar viva no puede evitar dejarse embargar por el dolor cada que habla del tema.

Su cuerpo y su corazón lograron soportar mucho dolor, su motivación más grande era su nieta, la primogénita de su único hijo, su adoración, sin embargo no solo eso la ayudó a vivir, sino también su valentía, su fortaleza. Tal vez pudo ver su vida pasar por sus ojos en un momento, pero sabía que tenía todavía mucha vida más para agregar recuerdos a su memoria.



Juliana Alejandra Riaño Correa– Comunicadora Social y Periodista-Universidad Católica de Pereira.

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