El Libro del Génesis según Lilyth

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Libro I. La primera esposa de Eva

En el principio, Dios creó los cielos y la tierra. Pero en la tierra, vacía y desordenada, imperaba la oscuridad. A la orden de Dios se creó el sol, separando así el día de la noche. La luz hizo brotar la semilla de vida. En la tierra nacieron los animales y del huerto del Edén los árboles y plantas. Supo entonces que necesitaba un ser, a imagen y semejanza de su raciocinio, para compartir y preservar la belleza de ese lugar.

Con polvo de la tierra, Dios formó una figura de pecho prominente, le colocó un corazón grande que nunca cesara de brindarle pleitesía, y con un soplo le otorgó la vida.

“Te llamarás Eva. Las demás criaturas te respetarán como la mujer que habitará, cuidará y hará fructífera esta tierra”. El corazón de Eva se llenó de júbilo por la vida y la encomienda que Dios le brindó. 

Él la observaba. Eva era agradecida y obediente con sus mandamientos, tenía la certeza de que su creación estaba protegida. Sin embargo, pensó que ella no debería estar sola, ni todo el trabajo debía recaer en sus hombros, y decidió otorgarle una compañera. Tomó polvo de la tierra y creó otro ser a imagen y semejanza de Eva.

“Te llamarás Lilyth. Tu encomienda será multiplicar la vida de las criaturas como ustedes en la tierra. La semilla será el fruto de tu vientre y junto con Eva cuidarán de ésta”. La mano de Dios se posó sobre Lilyth, preñándola. 

Así culminó Dios su creación en el séptimo día y se retiró a descansar. 

Eva se alegró de tener a alguien que la ayudara y que le brindara compañía en las noches, cuando la inmensidad del cielo nocturno la hacían sentirse temerosa.

Lilyth escuchó las actividades que debía cumplir: labrar la tierra, cosechar los frutos maduros, pero cuestionó a Eva por qué debían trabajar y por qué precisamente ella debía llevar el peso de la vida en su vientre. Eva permaneció callada, nunca se atrevió a refutar las órdenes de su creador. “Dios nos otorgó la vida, el privilegio de residir en este lugar y nos compartió de su razonamiento”, fue su respuesta. “Entonces debemos ser iguales a Dios y no inferiores”, objetó Lilyth y prefirió deambular en el paraíso que ayudar a Eva. Sin embargo, cuando el atardecer resplandecía en el cielo, Lilyth regresó. Al día siguiente, de nuevo, ella se negó a cumplir las tareas, pero volvió en la noche. Siempre volvía a la cálida compañía de Eva.

Así transcurrieron varios meses. Lilyth con su vientre cada vez más grande, pero no su interés en cumplir las labores del paraíso. Y Eva trabajando; aunque no recibía ayuda de su compañera, era feliz. Cada tarde la esperaba, se sentaba a su lado para escucharla contar sobre lo que había visto. “Ayer el león montó a su hembra. Hoy la hembra lleva en su interior la semilla de él”.

Una noche, Lilyth le preguntó a Eva, “¿Porqué te conformas con este destino tan simple? ¿No te cuestionas sobre lo que hay más allá del paraíso?”. Eva levantó el rostro y dibujó una sonrisa al cruzar su mirada con la de su compañera. “Somos afortunadas. Tú eres la semilla que germinará este lugar. Aunque mi destino se vislumbra simple no lo será porque tengo el privilegio de ayudarte a cuidar el fruto de tu vientre”. Dijo, y la respuesta de Lilyth fue una sonrisa que enmarcó sus sonrojados pómulos. 

Varias semanas después, las estrellas iluminaban la noche y Lilyth todavía no regresaba. Eva estaba preocupada. Por el avanzado tamaño del vientre de su compañera, temió que su hora de parir hubiera llegado. Se encaminó a buscarla y la encontró en un paraje alejado, postrada ante una luz brillante. “Es un fragmento del sol. Quizá cayó a la tierra cuando Dios creó el mundo.” dijo Lilyth. 

Las mujeres cavaron un hueco y lo colocaron ahí para evitar que sus rayos de fuego quemaran las ramas de los árboles. Sus ojos admiraban la danza que ejecutaban las flamas al ritmo del viento. Sus cuerpos desnudos, una junto a la otra, sintieron irradiar una calidez de felicidad en su interior, pero el momento fue interrumpido con un grito de dolor de Lilyth.

Eva la ayudó a ponerse de pie y oprimió el abultado vientre. El cuerpo sudoroso de Lilyth brillaba con el reflejo del fuego. Eva se colocó entre las piernas de la parturienta. Lilyth gemía por el esfuerzo y dolor, minutos después, la criatura salió dando sonoros alaridos.

Lilyth se reclinó cerca de la calidez del fuego y se negó a abrazar al bebé. Eva lo colocó en el suelo y se recostó junto a ella. Su mano acarició uno de sus inflamados senos y Lilyth suspiró de alivio. Eva dirigió sus labios a los pezones y succionó el néctar. Los ojos de Lilyth reflejaban el vaivén del fuego y sentía que se adentraba en su carne. La boca de Eva se deslizó hasta su vientre y acarició los pliegues de su sexo. Lilyth cerró sus ojos anhelando que ellas se fundieran en un solo cuerpo de luz y de fuego. 

La noche se iluminó con el éxtasis, el roce de la piel de aquellas mujeres y a un lado el incesante llanto del bebé.

Libro II. La condena del árbol de lujuria

El designio dictaba que Dios volvería de su descanso. Y volvió, a la mañana siguiente de la danza erótica de fuego de Lilyth y Eva.

Dios quedó absorto cuando encontró a las mujeres desnudas y con los cuerpos entrelazados, pero enfureció cuando vio que el bebé no sobrevivió al nuevo día. Puso la mano sobre ellas y con su poder supremo las despojó de sus recuerdos y de los deseos de lujuria que nacieron en su interior. Ocultó esos recuerdos y deseos debajo del suelo para que nadie los encontrara, sin saber que se arraigaron a la tierra, germinaron y nació una planta. 

Dios determinó castigar a las mujeres. A Eva la envió a un lugar en el que aún presidía la oscuridad. Lilyth fue obligada a permanecer en el paraíso, condenada a procrear y parir los hijos que poblarían su creación. 

Dios comprendió que necesitaba un nuevo ser, uno fuerte e inteligente para controlar a Lilyth. Nuevamente, con polvo de tierra lo creó, en esta ocasión a imagen y semejanza de él. Con un soplo de aliento le brindó la vida. “Eres el hombre y Adán te has de llamar. Cuidarás de mi creación para que el fruto de la tierra sea alimento para ti y Lilyth, con ella serás una sola carne”. Dicho esto, Dios retomó su descanso, pensando que había restablecido el orden en el paraíso. 

La vida era cómoda para Adán, y siguiendo el mandato de ser una sola carne con su compañera, se deleitaba copulando montado sobre ella. Sin embargo, Lilyth, a pesar de que olvidó su pasado con Eva, vivía indiferente a la orden dictada por Dios y transcurría los días sola, paseando en el jardín del paraíso, hasta que llegó al lugar donde estaban ocultos los sentimientos de lujuria. La planta había crecido hasta convertirse en un frondoso árbol y de las gruesas ramas colgaban brillantes frutos color carmín. Lilyth cortó uno, en el momento que sus labios lo probaron, sintió que su vientre enardecía.

Cuando regresó al lugar donde vivía con Adán, éste deseó poseerla, del modo que acostumbraba. Lilyth se negó. “No merezco estar debajo de ti. Fui creada de polvo, al igual que tú”. Él intentó forzarla, ella lo golpeó en el torso rompiéndole una costilla y cayó al suelo gimiendo de dolor. Antes de que Dios la descubriera, decidió escapar del paraíso.

En el momento que Dios volvió para vigilar a Adán y Lilyth, encontró que él estaba inconsciente con una herida en el pecho y que ella había escapado. No quiso ir a buscarla, la dejó para que sufriera la desdicha de la vida alejada del paraíso. Curó a Adán y lo mantuvo con vida. Decidió crear una nueva compañera para él. Tomó restos de tierra y formó una figura femenina, pero las raíces del árbol de lujuria se entrañaron en la tierra provocando que se secara, cuando dio el soplo de vida su nuevo ser nunca despertó. 

Dios se encaminó al lugar donde crecía el árbol para destruirlo, pero su fuerza no fue suficiente para arrancar las raíces que se profundizaban, cada vez más, al interior de la tierra.

Ante su imposibilidad de crear nueva vida en su jardín, optó por traer a Eva y la presentó a Adán como su compañera. Ella no recordaba nada del tiempo que pasó con Lilyth en el paraíso, y aceptó que había sido creada de la costilla de Adán, tal y como Dios dijo. También les ordenó cuidar el jardín del Edén y alimentarse de los frutos que ahí crecían, con la excepción de un árbol, que señaló al horizonte, al cual les prohibió acercarse.

Sin embargo, con la desobediencia de Adán y Eva y su inminente expulsión del paraíso, Dios declinó la encomienda de crear el mundo perfecto. La tierra estaba impregnada de la semilla de lujuria, ya no tenía posibilidad de crear nueva vida. Fue así que optó por marcharse.

Lilyth vive sin someterse a ninguna orden. Disfruta de dormir en la cama de los hombres y se fecunda del semen que no llega al útero de otras mujeres. Sus hijos son demonios libres que disfrutan el placer del erotismo.

Los hijos de Eva, crecieron y poblaron la tierra, viven a la espera de Dios que cumplirá la promesa de una vida eterna y tranquila en el paraíso.


Liana Pacheco. 1986, Ciudad de Oaxaca, México. En 2018 fue seleccionada para el taller de Novela Corta de Editorial Almadía. 

En octubre de 2019, autopublicó una selección de sus mejores cuentos en un libro de corte artesanal, presentado en la 39 Feria Internacional del Libro de Oaxaca. En enero del 2020 este libro fue seleccionado por la Alcaldía de Coyoacán, CDMX, para el programa de promoción a nuevos escritores: “Coyoacán en tus letras”.

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https://lianapacheco.wordpress.com/

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